La tarde cruje
como los ojos de un león moribundo.
Llueve con furia sobre la piel de mayo
y a mi se me hinchan las puertas.
Tarde vinculada de tantas otras tardes, oriunda de un adónde los hombres
crepusculares se adentran
en la lengua tensa y la devoran.
Sin embargo, yo no puedo.
Yo soy el fulgor asfixiado en la mácula,
el león mordído por el cienpiés de las horas,
el follaje saciado de luz,
entreabierto e inexcusable
como mi sed.
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